jueves, diciembre 10, 2009

Suadero

¡¡Shhhhh!!


Cortesía de Jolie, conocí este cortometraje que se me hizo de una ternura arrasadora. Signs (Patrick Hughes, 2008) retrata las incapacidades contemporáneas para establecer relaciones interpersonales de manera directa. Como una especie de chat en vivo (totalmente en vivo), los dos protagonistas de la historia intercambian mensajes que los van enamorando (si entendemos como enamoramiento la expectativa que despierta la presencia del otro) hasta que deciden conocerse "personalmente" (cualquier cosa que signifique eso). El trabajo refleja una sensibilidad que se basa en su aparente sencillez, pero que precisamente en esa sencillez es donde radica su capacidad de evocación. Dénse un ratito para verlo.

miércoles, diciembre 09, 2009

Suadero

¡A vivir se ha dicho!


Cuando uno decide ponerse a vivir, las cosas se vuelven más ligeras. Porque uno, por más que lo crea, no vive todos los momentos de toda la vida. A ratos se vive, a ratos se sobrevive y a veces nomás se malvive. Tiene que ver con la manera en que nos relacionamos con los demás. Con la forma en que nos concebimos a nosotros mismos. Podemos vivir peleando todo el tiempo, muriendo de a poco. O arrastrando la vida cual mantita edípica; hasta que ésta se encuentra sucia, hecha jirones, mojada, inservible.
          Cuando uno decide ponerse a vivir, creo yo, decide abrir los ojos, los oídos, las narices. No perder el sentido crítico, pero que ese sentido sea, también, una forma de celebrar la vida.
          Estas épocas se prestan para enfatizar el temperamento melancólico de más de uno. A mí no me pasa lo mismo. Me gusta el frío, me gusta la sensación de creer que el final es el principio. Estoy feliz con lo que soy en este momento, con lo que tengo, con lo que no tengo, con lo que quiero tener. A diario me hago una sola propuesta a mí mismo: a vivir. Lo demás es inasible.

Suadero

La inmanente realidad de la oficina


Han pasado diez años desde que esta película llegó a las pantallas de cine y, sin embargo, la realidad que retrata es de una actualidad pasmosa. A pesar de los estudios sobre eficiencia laboral y creación de un ambiente amigable para los trabajadores de oficina, el aspecto y las problemáticas siguen siendo las mismas.
          La cinta narra la historia de Peter Gibbons (Ron Livingston), un oficinista que odia su trabajo y que un día, después de asistir con un "hipnotista laboral" que sufre un paro cardíaco antes de terminar la sesión [chiste en la más pura tradición de Chespirito], decide relajarse y se convierte en un trabajador negligente. La paradoja es que eso lo pone en la mira de los "asesores" de la compañía tecnológica en la que trabaja y, en lugar de despedirlo, le proponen un ascenso. Sin embargo, el personaje decide, ante la perspectiva de que varios de sus amigos serían despedidos en las tradicionales "limpias" estratégicas que realizan las compañías en aras de ahorrarse los gastos de pensiones y seguridad social, estafar a la empresa robándole centavos de sus enormes ganancias. Sin embargo, algo sale mal y Peter requiere obtener la absolución de sus errores y decide asumir toda la responsabilidad.
          Sin embargo, más allá de esta anécdota central, la historia consigue reflejar los estereotipos más evidentes de la vida de oficina: el jefe pulcro pero insoportable, la secretaria que cumple sus funciones de manera autómata, el tipo de anteojos que uno nunca sabe qué hace en la compañía (y que será el personaje [Milton Waddams], origen de la idea de esta película desde los cortos animados que Mike Judge presentó en SNL], el que por un golpe de suerte consigue que la compañía le pague algún agravio; así como las situaciones que se repiten casi de manera clónica en las diversas oficinas del mundo: la impresora que no sirve, los letreros impulsando el "bienestar de la empresa", las directivas estúpidas, los reportes a llenar, la lucha eterna por el espacio y la necesidad, casi patológica, de aislar a los trabajadores poniendo entre ellos las divisiones que dieron origen a los establos de "cubículos" que hoy en día son escenografía inamovible de la mayoría de las oficinas.
          La película no es una joya de la historia del cine, pero es entretenida y se presta para reconocer(nos) algo que se vive cotidianamente para los que hemos tenido (o tenemos) cerca, la experiencia de habitar una oficina. Se llama Office Space (Mike Judge, 1999).

martes, diciembre 08, 2009

Suadero

El pequeño príncipe [fragmento]


Mi avión se había desplomado sobre el desierto de Durango. Había salido de Culiacán apenas una hora antes, pero el pájaro comenzó a fallar hasta que no me quedó más que utilizar las tretas que aprendí con los árabes ésos que estuvieron en Tijuana y que me enseñaron hartos trucos del aire. Decían que cada vuelo debía concebirse como la antesala del no retorno. Como la posibilidad de la muerte. "Cada vuelo es una misión suicida", decía uno, el más viejo, muy serio. Yo asentía con la cabeza mientras lo veía acomodarse el turbante, aunque en mi interior la única opinión era "este güey está bien loco". Total que esos truquillos que me enseñaron salvaron al pájaro de terminar en llamas tostándose entre los cactus y oliendo a carne asada: la mía. "Pájaro en llamas", siempre me ha gustado la expresión.

Intentaba arreglar una de las bobinas del motor de la avioneta sin ningún resultado cuando lo escuché.
          --Píntame un cordero.
           Me sacó un pedo.
           Era un chamaquillo vestido de cowboy con pistolas de plástico y botitas Bubble Gummers rojas. Le caían sobre la cara unos bucles rubios que tapaban parcialmente unos ojos azules que se veían completamente despreocupado en medio del calor infernal.
           --Ándale, píntame un cordero.
           Por un momento tuve una regresión, désas que llaman deja-vu. Eso ya lo había visto antes. En una película. O en un sueño.
           Total que me acerqué al chamaco nomás para cerciorarme de que era real y no un alucine por el mezcal potosino que me había echado antes de montarme en el ave. Y sí, el chamaquillo era real.
           --¿Qué haces acá solito, morro? -le pregunté.
           --¡Oh, que la chingada! ¡Que me pinte un cordero, cabrón!
           Preso más del asombro que de otra cosa, procedí a dibujar algo que se pareciera mínimamente a lo que el chamaco pedía. El primero, si somos fieles a la verdad, me quedó muy gachito: tenía la trompa como de dóberman, las orejas como de conejo y el rabo como de toro.
           El güero lo vio y nomás hizo cara como de "no mames".
           Lo intenté como tres veces, pero siempre me salían cosas no planeadas. Ora tenía la cabeza muy grande, ora las patas chuecas, ora tenía cuernos como de chivo. Total que el chavito, que para estas alturas ya me estaba sacando del quicio, no decía nada. Nomás movía la cabecita y hacía caras. [...]

Suadero

lunes, diciembre 07, 2009

Ira & Abby


Ira & Abby (Robert Cary, 2006) es una película que podría pasar por una convencional comedia romántica sino fuera por las historias paralelas que entreteje. El tema principal de la cinta es la vulnerabilidad de los absolutos. Ira y Abby son dos seres que se encuentran cada uno perdidos en los laberintos de su propia personalidad. Antisocial e inseguro, uno; extremadamente sociable y optimista, la otra. Se conocen un día y deciden que, si más de la mitad de los matrimonios están destinados al fracaso con relaciones previas, qué más da intentar echar a andar una relación espontánea. Y se casan.
          Pero bien dice el dicho que casarse implica llevar consigo (y traer a uno) al resto de la familia. Los padres de los dos enamorados comienzan a entretejer relaciones que hasta ese momento no habían experimentado. Aparece la pulsión del personaje del psicoanalista un poco a la Woody Allen, con la diferencia de que acá son cinco analistas que realizan un grupo de apoyo en donde se contraponen no sólo las problemáticas de los involucrados sino, también, las formaciones diversas de los psicólogos.
          En fin que, sorteando los obstáculos que se le imponen a Ira a partir de sus celos más que enfermizos y la denodada voluntad de Abby de no plantearse metas a futuro, los dos descubren que el matrimonio es un espejismo, que lo que vale es poder sortear los obstáculos que se presentan en el día a día como consecuencia de esa rara costumbre que los humanos tenemos por vivir.
          Entretenida por completo, divertida a ratos e hilarante en dos o tres escenas. Recomendable para estas tardes friolentas de invierno que se acercan.

martes, diciembre 01, 2009

El sueño inquieto de Volpi


“No quiero sonar como uno de esos malignos aguafiestas que no se cansan de embutirnos su amargura y señalan una y otra vez que América Latina nada tendría que festejar en 2010”. Lo anterior lo dice Jorge Volpi en alguna de las páginas finales de su libro El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI. Yo me siento más parte de los “malignos aguafiestas” que de los celebradores irreflexivos. Y creo que Volpi se encuentra también un tanto hacia los aguafiestas al tratar de desgranar las conclusiones que se pueden ubicar en este libro, pero le cuesta resignarse a echar a perder las fiestas, incluso, de un gobierno del que forma parte.
         El adjetivo “intempestivo” se encuentra utilizado de manera más que atinada. Dentro de ese análisis que Volpi hace de la situación contemporánea (dejando de lado de manera “intempestiva” también, la posibilidad de recuperar muchos elementos del proceso histórico de América Latina que lo obligarían a matizar diversas afirmaciones), decide elaborar un diagnóstico desde el presente y proyectarlo a un futuro que marca la posibilidad de una integración (ante todo económica) con la otra América, y, en ese sentido, cumplir con el sueño de Bolívar de conseguir una América integrada (con los Estados Unidos). Una ficción político-histórica que Volpi denomina los Estados Unidos de las Américas (EUA).
         Dotado de una pluma privilegiada y un ritmo que se acomoda en muchas partes de mejor manera en el ensayo que en la narrativa, Volpi cuestiona la existencia de la idea de América Latina como un ente que pueda ser definido de manera determinante y homogénea. Su primera consideración, “Deshacer la América”, marca ya la línea que animara las reflexiones posteriores: una tesis que ha servido, sobre todo en los últimos días de constante campaña publicitaria del volumen, para generar una polémica que en el punto más álgida se vuelve más estéril, en tanto no permite acuerdos reflexivos y críticos, sino más separación entre los “aguafiestas” y “los otros”. La conclusión de la primera consideración es más que clara:
Resumo: nada de lo que distinguió a América Latina en el siglo XX queda en pie. Se marcharon dictadores y guerrilleros; el realismo mágico© y nuestro exotismo tropical han perdido su atractivo; los intercambios culturales entre nuestros países se han vuelto irrelevantes; y las altas y bajas de la democracia nos han normalizado hasta el aburrimiento. Preguntémonos entonces, otra vez, ¿qué compartimos, en exclusiva, los latinoamericanos? ¿Lo mismo de siempre: la lengua, las tradiciones católicas, el derecho romano, unas cuantas costumbres de incierto origen indígena o africano y el recelo, ahora transformado en chistes y gracejadas, hacia España y Estados Unidos? ¿Es todo? ¿Después de dos siglos de vida independiente eso es todo? ¿De verdad?
Cabría acotar que “lo mismo de siempre” alude al estereotipo que rodea a la construcción de la imagen de lo latinoamericano en el siglo XX, y a cuestiones que pensadores, escritores y filósofos han tratado de desentrañar durante largo tiempo. Curioso resulta que, a pesar de citar a Carlos Monsiváis (probablemente otro “aguafiestas”), no haya reparado en otra larga lista de elementos que, también, acercan y definen a América Latina. Menciona Monsiváis en “Ínclitas razas ubérrimas” en Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina:
[...] si no queremos tomar en cuenta los grandes procesos formativos de la lengua y las similitudes históricas, basta sumar algunos elementos: el aspecto de las ciudades (bellezas naturales y logros arquitectónicos aparte) uniformadas por las prisas de la rentabilidad, las opresiones de la deuda externa, la concentración monstruosa del ingreso, las asimilaciones incesantes de la americanización, los efectos de la economía neoliberal, el papel rector del analfabetismo funcional, los resultados más bien fatídicos de la moda en arquitectura y artes plásticas, las zonas del arrasamiento ecológico y los niveles de contaminación causados por el capitalismo salvaje, el auge del desempleo y el subempleo, el fracaso de la educación pública y, para el caso, de la educación privada, que sin embargo se compensa por el éxito de sus egresados... Del lado opuesto, se dan procesos culturales a fin de cuentas simultáneos, se desarrolla la sociedad civil (con los derechos humanos en primer plano), hay una genuina internacionalización de la cultura y se liquida gradualmente el sentimiento de lo “periférico” en artes y letras.
Es de resaltar, sin embargo, el trabajo de reflexión que Volpi realiza en la "Segunda consideración"; en esta parte consigue de manera amena retratar las características de la construcción del espacio político en América Latina y realiza una caracterización densa sobre los elementos que constituyen los diversos procesos políticos de nuestros países. Plantea la institucionalización de la vida política enunciando una de sus paradojas: “Paradoja latinoamericana: de un lado, la hipócrita veneración de las leyes escritas y, del otro, el burdo desprecio hacia su práctica”. Esta idea de la doble moral ya había sido abordada por John Lynch en algún otro texto [América Latina, entre colonia y nación], aunque éste refiriéndose a la influencia de lo religioso dentro de la vida social; pero cuya tesis de conflicto puede ser asumida de manera sinónima sin problemas.
         Su descripción del “caudillo democrático” redunda en la relación medios-política como un tándem que no puede ser pasado por alto: “El caudillo democrático© se aleja de las Cámaras y se rinde ante las cámaras". Más allá de la pirueta retórica, retoma uno de los elementos más conflictivos en los intentos de comprensión de América Latina: el papel de sus caudillos (concepto alrededor del cual uno de mis estudiantes, José Luis Pérez Santis, desgrana reflexiones más que pertinentes en su trabajo de fin de semestre que comentaré próximamente). Para Volpi la figura es conflictiva, porque tienen que confluir en la construcción de otro estereotipo, variadas ideologías que responden a grupos de interés incluso antagónicos. Hay una antipatía manifiesta por la figura de Hugo Chávez (los Castro son una mafia que finiquita desde la adjetivación de “tiranía” y no se preocupa en analizar ni epidérmicamente) y en, general, por los caudillos surgidos de la izquierda que han alcanzado notoriedad en elecciones recientes en nuestro continente. López Obrador es una figura complicada, incluso en términos de redacción, aparece siempre entre paréntesis o con guiones que lo separan de aquellos que sí obtuvieron las presidencias de sus países (aunque ponga a Ollanta Humala entre éstos, sin que haya resultado ganador).
         Es acá donde plantea la posibilidad de generar una comunidad americana que incluya a los países del Norte como parte de esa configuración, incluso iguala estos planteamientos con la posibilidad de que Bolívar apoyara esta idea:
[...] Acaso el tricentenario de las independencias podría celebrarse con una auténtica unión, en condiciones de igualdad y respeto, de todos los países de América. Sé que esta posibilidad incomodará a muchos, pero es la mejor esperanza que tienen sus habitantes de desarrollar sistemas democráticos más sólidos, transparentes y equitativos, desprovistos del oprobio que significan las fronteras nacionales. Quizás a Bolívar no le disgustaría tanto la idea.
La tercera consideración está dedicada a la cultura latinoamericana (o de actores de los países de eso que se llama América Latina) y la descripción de las peculiaridades de las generaciones posteriores al boom de la literatura como el germen de un nuevo estado de cosas. De resaltar es la reflexión que anima el análisis de la obra de Roberto Bolaño, a quien el autor denomina “el último escritor latinoamericano”. La razón del éxito del chileno, Volpi lo explica argumentando que su propuesta no proviene de la influencia del boom, sino de un mecanismo contrario al utilizado por los autores incluidos en esa denominación:
Si los miembros del Boom escribían libros centrados en sus respectivos lugares de origen con la vocación de convocar la elusiva esencia latinoamericana, Bolaño hizo lo inverso: escribir libros que jugaban a pertenecer a las literaturas de estas naciones pero que terminaban por revelar el carácter fugitivo de la identidad. Al impostar las voces de sus coterráneos, Bolaño se convirtió en el último latinoamericano total, capaz de suplantar a toda una generación.
Dos cosas merecen atención aparte en su texto. Por un lado la comparación que hace de las características del escritor latinoamericano del Boom con respecto al de nuestros días. Pero eso es algo que requiere otro texto. Por otro lado, digno de revisión es el canon que propone como “Breve inventario de obras de autores latinoamericanos nacidos a partir de 1960”. Relación que, como antología de nombres y obras, más que de textos, presupone el futuro y las tendencias estéticas que deberán marcar los años próximos en las letras latinoamericanas.
         De la última consideración, un juego de prospección que intenta descifrar el futuro de la región hasta el 2110. En una serie de suposiciones que, más allá del ejercicio legítimo de imaginación bien informada, no pude pasar más que por un (otro) inventario de deseos-temores-proyectos de una región que, según la tesis central, es inexistente.
         Rescatable de esta última parte es, sin lugar a dudas, la reflexión que Volpi hace alrededor del manejo político que se hará de las “celebraciones” de los bicentenarios de las independencias:
Nada como los bicentenarios para concitar fantasías de progreso, paz y comunión en nuestras alicaídas democracias. O al menos así lo piensan nuestros políticos: una buena borrachera para distraer la atención de la gigantesca crisis económica que, como un tifón largamente anunciado, golpea con toda su fuerza a la región; una cortina de humo para ocultar o al menos opacar la inseguridad, la corrupción y la miseria de nuestras repúblicas. [...] Paradójico año 2010: celebrar el fin de nuestra dependencia de una potencia extranjera justo cuando somos víctimas de los errores, los vicios y la avaricia de los especuladores de otra potencia extranjera (o en realidad de la misma que hemos padecido desde la expulsión de los españoles).
El texto es un material que requiere ser leído con atención. Creo que una de sus principales características radica en que la atención del autor se centra de manera neurótica en las posibilidades abiertas hacia el futuro, con el riesgo de que ese camino pre-visto pueda fracasar por no atender con suficiencia el pasado que significa (y mucho) la posibilidad de que la idea de América Latina (a pesar de los presagios/decretos de desaparición) sea un concepto que necesite resignificarse y que sobreviva, incluso, con la molestia intelectual y práctica que suscita su referencia.
         La lectura del ensayo es fluida, pero existen partes que no resisten un análisis puntilloso. Contradicciones que convergen en cuestiones que, por otro lado, resultan irresolubles, como la relación mercado-identidad-literatura (arte). Con muchas cosas incompletas o debatibles en extremo, sin embargo, el texto de Volpi pone muchos elementos de reflexión de cara al mediático y utilitario 2010. Para atender antes de iniciar la vorágine de “bicentenarios” continentales.

Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI, México, Debate, 2009. (Premio Iberoamericano Debate Casa de América 2009).

Nostalgia contradicción


¿Qué realidad se transformó? ¿La de los escuchas de los Cadillacs en los 90's o la realidad en su conjunto? Las vestimentas y la actitud de los que ayer acudieron a escuchar al grupo argentino parecían las mismas de aquellos que hace diez años censuraban a los que escuchaban este tipo de música. Demasiados sentimientos encontrados al presenciar, ¡por fin!, un concierto en donde el que escribe pudiera apreciar el sonido de los metales y las percusiones de esta banda. Porque la vez anterior que los vi fue en un espacio abierto en el que el sonido falló miserablemente y la multitud acabó asesinando las ganas que tenía de escucharlos; y la otra vez fue en un auditorio que no estaba hecho para conciertos y, dicen, es el lugar de conciertos más barato del mundo: por el precio de un concierto, puedes escuchar siete (por el eco que se produce en el Pacio de los Deportes).
          Pues bien, que las contradicciones a flor de piel. Mientras resonaban en el recinto los versos de "Matador" (Soy la voz de los que hicieros callar sin razón/por el solo hecho de pensar distinto, ay, Dios/Santa María de los Buenos Aires, si todo estuviera mejor), unos gorilazos integrantes de la "seguridad" cuyo nombre de la compañía no deja lugar a dudas: Bulldog, [¿se acuerdan de los tristemente célebres "Lobos" que, en otro concierto de los Cadillacs madrearon a un estudiante de la Facultad de Química de la UNAM hasta perforarle un pulmón y después se hicieron pendejos para indemnizarlo por la brutalidad con la que fue "sometido"?] sacaban con lujo de violencia a tres chamacos de la parte frontal del escenario, quién sabe por qué razones, pero que desde arriba (y sobre todo con la música de fondo) resultaba un grotesco y excesivo. Y los que estaban alrededor ni siquiera voltearon a mirar la contradicción viviente que era todo eso.
          Resulta también enfermiza la saña con la que estos "vigilantes" persiguen a las personas que, celular en mano, quieren llevarse un recuerdo del concierto al que pudieron asistir pagando un precio que no es proporcional al de los ingresos promedio de la mayoría de la gente que llenó el Auditorio Nacional. Con sus pinches lamparitas de laser azul, andaban de fila en fila y de butaca en butaca "verificando" que con esos celulares no se fuera a hacer una "superproducción" digna de la piratería (todos sabemos que el origen de los archivos que van a la piratería salen de las propias compañías que dicen combatirla, así que para qué chingar al público). En fin.
          No voy a decir que no disfruté el concierto, porque sí lo hice. Me llevó a un lugar en el que habité hace mucho tiempo y del cual nunca voy a renegar. Escuché muchas de las cosas que quería escuchar. Canté todas (ajá, todas) las rolas. Y salí contento. Contento, pero consciente que el juego de las máscaras en ese diálogo entre lo que es y lo que debería ser, entre retórica y realidad, es un diálogo interminable.