jueves, mayo 29, 2008

A propósito


A propósito de la necesidad de deslindarse de la política si uno es un escritor "de a deveras" y en sintonía con algunos comentarios vertidos en el blog de Ira (ver la carta que generó todo esto abajo) en donde se observa una urgencia neurótica por deslindarse de la realidad socio-política para dedicarse sólo a la literatura (?). Decía, a propósito, reproduzco un fragmento de "Los perdidos" un texto de Roberto Bolaño a propósito del poeta Rodrigo Lira. Lo magistral en el chileno es esa capacidad de plantear los problemas literarios aunados a la necesidad de pensar la identidad y la realidad social (incluso de ese mismo campo literario).

Lo mejor de Latinoamérica son nuestros suicidas, voluntarios o no. Tenemos los peores políticos del mundo, los peores capitalistas del mundo, los peores escritores del mundo. En Europa somos conocidos por nuestras quejas y por nuestras lágrimas de cocodrilo. Latinoamérica es lo más parecido que hay a la colonia penitenciaria de Kafka. Tratamos de engañar a algunos europeos cándidos y a algunos europeos ignorantes con obras pésimas, en donde apelamos a su buena voluntad, a lo políticamente correcto, a las historias del buen salvaje, al exotismo. Nuestros universitarios e intelectuales lo único que quieren es dar clases en alguna universidad perdida del Medio Oeste norteamericano, así como antes la meta era viajar y vivir a cuenta del mecenazgo neoestalinista, lo que para nosotros constituía un logro sin precedentes. Somos expertos en conseguir becas, becas que a veces nos conceden más por lástima que por merecimientos. Nuestro discurso de la riqueza es lo más parecido que hay a un libro barato de autoayuda. Nuestro discurso de la pobreza es un discurso imaginario en donde sólo resuenan voces de locos que hablan de resentimiento y frustración. Odiamos a los argentinos porque los argentinos son lo más parecido que hay en nuestros lares a los europeos. Los argentinos nos odian porque somos el espejo en donde ellos se ven como lo que son, es decir, como americanos. Somos racistas en el sentido más puro: es decir somos racistas porque estamos muertos de miedo. Pero tenemos suicidas ejemplares. Pienso en Violeta Parra, que compuso algunas de las mejores canciones de nuestro continente y que se peleó con todos y con todo y que se descerrajó un balazo junto a la carpa en donde cada noche cantaba y aullaba. Pienso en Alfonsina Storni, la mujer más talentosa de Argentina, que se ahogó en el Río de la Plata. Pienso en Jorge Cuesta, escritor mexicano y homosecual, que antes de meter la cabeza en una bolsa, se emasculó y clavó sus testículos en la puerta de sus dormitorio, como último regalo no correspondido. Estos suicidas ejemplares y sus hermanos gemelos, los que permanecen bajo la tormenta (entre otras cosas no porque les guste permanecer allí sino porque no tienen otro sitio adonde ir), hacen pensar que no todo está perdido, como la ola de neoliberalismo y el nuevo rebrote clerical pretenden elevar a categoría de dogma. Somos hijos de la Ilustración, decía Rodrigo Lira mientras paseaba por un Santiago que más que nada parecía un cementerio de otro planeta. Es decir, somos seres humanos razonables (pobres, pero razonables), no entelequias salidas de un manual de realismo mágico, no postales para consumo externo y abyecto disfraz interno. Es decir: somos seres que pueden optar en algún momento histórico por la libertad y también, aunque resulte paradójico, por la vida. A los innumerables asesinados por la represión hay que añadir a los suicidados por la razón, que es también el lugar donde vive el humor. Eso lo sabía Rodrigo Lira, que como tantos poetas latinoamericanos murió sin publicar nunca. En 1984, en una pequeña editorial, apareció un conjunto de sus poemas titulado Proyecto de Obras Completas. El libro, en 1998, era imposible encontrarlo en alguna librería. Nadie, sin embargo, se ha tomado la molestia de reeditarlo. En Chile se editan bastantes libros, la gran mayoría muy malos. La elegancia de Rodrigo Lira, su desdén, lo hacen inasequible para los editores. Los cobardes no editan a los valientes.

¿Les sonó algo conocido?

martes, mayo 27, 2008

Firmo al calce

La entrañable Ira, periodista y escritora punk que se avecinda en El Taza, escribió lo siguiente. Me añado a su sentir y firmo al calce.

Carta abierta a quien se ponga el saco, a propósito del encuentro de escritores (de Editorial Almadía) en Oaxaca

Estimados Escritores Publicados:

Además de escribir ficción que tan linda les sale, piensen en la posibilidad de ser un ente político. No hablo aquí de partidismo. Hablo de entender que la relativa notoriedad de que gozan puede ser usada para otra cosa que lucir su incompetencia en las relaciones interpersonales, o sea su (nuestra) nerdez.
          La gente espera de ustedes inteligencia (god knows why). Sobre todo cuando participan en una mesa de reflexión. Se vale ser borrachito, coquito o de plano un imbecilazo, pero no se vale perder el tiempo de los demás.
          No chinguen.
          Quizás piensen que no es su chamba, pero se engañan. El pinche país se está cayendo a pedazos y ustedes usan los foros públicos y las notas en Reforma para hablar de lo mucho que se admiran mutuamente. (Lo mismo va para los periodistas culturales/writers wannabe, que cubren nomás los temas que no confrontan y se la pasan chupando con los escritores en estos encuentros, claro está).
          ¿Qué mal podría haberle hecho a este país que en este sonado Encuentro alguien hubiera puesto un tema nacional sobre la mesa?
          Y me dirán, como algún sabio ex-presidente dijo alguna vez ¿y yo por qué?
          En privado y con un par de chelas encima les diría “¡por que hay que tener madre!”, pero como esta es una carta en serio y hay que guardar las formas les doy al menos tres razones:
          -la materia antes llamada “Historia” está por desaparecer en el programa de las preparatorias. Así, de golpe y porrazo. Ya no hablamos de arrancar ‘algunas páginas’ de los ya vilipendiados libros de texto, sino de suprimir la materia por completo. Supongo que los nuevos estudiantes sólo necesitan “el presente” para maquilar.
          -el petróleo, el gas, la electricidad que nunca fueron nuestras pero que por lo menos tenían una etiquetita con nuestro nombre, ahora nos los van a sacar, como decía mi bienhablada madre, por las nalgas.
          -los hijos de puta (ponga usted aquí el nombre de su favorito) siguen cobrando por serlo. Ahí están los gobernadores poblanos, los ministros pederastas de la iglesia, los diputados, el presidente que ya se lleva de a cuartos con el ejército. El conservadurismo está a la alza, los pobres ahora son de derecha. Escritores capaces (Tryno Maldonado) de hacer un escándalo estúpido contra Conaculta por supuesta censura y retractarse con la cola entre las patas un mes después, ahora son antologadores.
          ¿Les parece de verdad que no hay temas que tratar?
          No es cool ni padre ni se ganan premios ni se publican antologías si uno se asume animal político.
          Al contrario, uno pierde muchos amigos y quién sabe, quizás después los necesite.
          Yo, por lo pronto, me desmarco.

lunes, mayo 26, 2008

¡Pero qué tipo tan mamón!


El día de ayer, en la Cineteca Nacional, había sobre el proscenio de la pantalla de proyecciones de la Sala 2, donde se llevan a cabo las proyecciones del Festival Mix Platino, un señor muy mamón. Resultó ser el director de la película que acudí a ver. Total que el tipo se echó un discurso con joyitas como las siguientes:

Lo que van a ver no es una película, es un video. Ah, y un video de una película que nunca se hizo. La hice sin guión. En realidad este es un guión en video que no debería de mostrar. (¿Y para qué chingados lo llevó entonces?)

Suelo avergonzarme de las películas que hago. (Razones no le faltan)

El público mexicano apesta. Cuando ven un melodrama se ríen. Los mexicanos son tan estúpidos que se ríen de todo. En las escenas más melodramáticas (sic) se ríen. (Supongo que estaría a favor de que, como en las series de comedia, en los melodramas se pusieran llantitos justo después de los diálogos "meldramáticos" para saber que ahí nos tendríamos que conmover y poner a llorar)

No me voy a quedar al final de la proyección de mi video, porque no quiero escuchar las cosas que me van a decir, ni pienso contestar las preguntas que me hagan. Así que ni se emocionen, yo de aquí me voy. (O sea, nos endilga la obra de la que se avergüenza y después se larga)

Sé que la obra tiene muchos huecos, pero espero que me ayuden a encontrarlos y a mejorarlos. (¿Y cómo chingados si salió corriendo y no quiere que le hagan preguntas?)

Le recomiendo la película que pasaron ayer en esta misma sala, es un monumento a la desproporción y la hipérbole. (No gracias)

En fin, que el señor se llama Jaime Humberto Hermosillo y su película (video) Absence es francamente olvidable. Lo que no es olvidable es su arrogancia y completo desprecio por los espectadores (como si su filmografía se lo permitiera).

miércoles, mayo 21, 2008

Nada reemplaza a pensar


Nada reemplaza a pensar,
nada reemplaza a dejar de pensar y salir a caminar,
nada reemplaza a regresar de caminar y hablar con una persona amada,
nada reemplaza a dejar de hablar con ella y fundirse en un abrazo,
nada reemplaza a terminar el abrazo y preparar un plato,
nada reemplaza a terminar de cenar y disponerse a dormir,
nada reemplaza a despertarse y tomar un buen baño,
nada reemplaza a vestirse y emprender el día,
nada reemplaza a lograr algo en tu día,
nada reemplaza a observar tu logro,
recordar tu persona amada, la caminata, el abrazo
y pensar en ello.

Luis Pescetti

sábado, mayo 17, 2008

Pregunta pertinente...



With your feet in the air and your head on the ground
Try this trick and spin it, yeah
Your head will collapse
But theres nothing in it
And youll ask yourself

Where is my mind?

Way out in the water
See it swimmin

I was swimmin in the carribean
Animals were hiding behind the rock
Except the little fish
But they told me, he swears
Tryin to talk to me koi koy

Where is my mind?

miércoles, mayo 14, 2008

En la ciudad...



En la ciudad la noche es una.
Lenta la llovizna
(pausada cicatriz de cielo herido)
moja mis recuerdos y me encuentro,
en la amnesia del futuro malogrado,
una pizca de estrella desnudada.
Mariposas amarillas con las alas destrozadas
iluminan el polvo en esta tarde
en que muero de mí mismo sin quererlo.
"Sigue lloviendo" (Observa un ángel sacudiéndose las alas.)
Abajo, hombres y mujeres se entregan a la vida.
Y ríen.
De una de esas risas me sostengo,
me ato de manera irrenunciable.
Llueve.
Ríes.
Vivo.
Tu risa, es cierto,
(alguien lo ha dicho)
es como una voltereta.

martes, mayo 13, 2008

Dedos


Me corté un dedo picando una cebolla. Exactamente la corona del dedo medio de la mano izquierda. Parecería algo desdeñable tomando en cuenta que soy diestro. Y sin embargo, esa pequeña cortada, ese tajo casi imperceptible, me ha hecho sentirme más existente que nunca. La razón: ahora que trato de escribir en la computadora con la misma rapidez que antes, simplemente no puedo. Al menor contacto con las letras, la pequeña cortada me duele como si toda la esencia de la vida se encontrara en esa pequeña porción de piel y carne. Trato de encogerlo para no utilizarlo y esos dedos que ya piensan por sí mismos, simplemente se rebelan a que el lesionado deje de trabajar. Y lo que escribo deja de tener sentido. No por las ideas implicadas, sino por la imposibilidad de descifrar lo impreso-visible sobre la pantalla.
          Ha dejado de sangrar y eso es una ventaja. Ayer, ante la menor presión, la sangre manaba como una presa desbordada. Ahora ya no sangra, pero el dolor es, de manera continua, insoportable. Me he improvisado una prótesis con curitas y un poco de gasa. Y no hay remedio. El dedo monstruosamente transformado, presiona más de una tecla a la vez. En fin.
          No pudo ocurrir en mejor momento: cuando mi tesis de maestría [mi nueva tesis de maestría] se encuentra en un punto que linda en el atraso y en la fluidez natural. Me queda, sin embargo, el consuelo de la lectura. No quiero pensar que se sentirá tener un ojo lesionado. Al dedo se le está haciendo una costra dura que empuja a la piel defectuosa hacia arriba y a los lados. Parece que uno, por dentro, es más interesante y más práctico. Sólo echa afuera lo que ya no es útil y comienza a fabricar el reemplazo. Por fuera, en cambio, nos encantan las costras y las cicatrices. Comencé a sangrar, otra vez. Tengo que parar.

lunes, mayo 12, 2008

Por último, Malena




[...] Al llegar a mi casa pasé a la cocina para subir un cartón de leche cuando mi madre apareció de la nada, como era su costumbre y me hizo un anuncio que me dejó helado. Tienes visita. ¿Quién? Supongo que es una sorpresa así que supongo no debo de decírtelo. Subí a mi cuarto tranquilamente, no había ningún tipo de ansiedad o urgencia por descubrir quién me esperaba arriba en mi pequeño refugio. Además, tenía la seguridad de que nadie era lo suficientemente importante como para obligarme a acelerar una vida que ya desde tiempo atrás funcionaba solamente en stand by. Sin embargo, debo confesar que sí fue una sorpresa encontrarme con Malena sentada en mi sillón leyendo uno de los pocos libros que hay en ese lugar. Cuando escuchó que había entrado clavó sus ojos que en mí tenían un efecto radiactivo y me sonrió. Le devolví la sonrisa y caminé hacia ella. Ella saltó del sillón como si tuviera resortes. Estaba un poco más delgada y lucía bajo los ojos unas ojeras de reciente adquisición. Y las ojeras, pregunté, se te murió alguien o qué. Ella río discretamente, lo que quería decir que el comentario no había sido todo lo afortunado que se proponía. Me morí yo, dijo de repente, y me estoy guardando luto. Mi vida es una mierda. No sé que es lo que tengo que hacer. Me separé del vejete con el que mi padre me casó y ahora gozo de cierta holgura económica. Sin embargo, mis días pasan entre ir a vagar por lugares que no conozco, entrar a cines desiertos en las matinés de entre semana y pasear por los pasillos del supermercado por horas para terminar comprando un paquete de chicles. Ya no sé que hacer. De repente me di cuenta que los únicos momentos en los que siento que soy importante y que mi vida tiene un poco de tranquilidad es cuando estoy contigo. Sé que eso no ocurre muy seguido ni está cargado del significado que debería de tener, pero es lo que siento. Hoy desperté pensando en ti. En la última vez que nos vimos. Tiene entre sus manos un llavero de la torre Eiffel que se mueve escandaloso y que amenaza en cualquier momento con encenderse por completo. Nos miramos triste, largamente. Ella sonríe mientras yo busco una música que llene el vacío de palabras existente entre los dos. No encuentro ninguna que me acomode. Pongo el primer disco que aparece a mano y resulta que el azar es mucho más eficaz que la búsqueda consciente. Perdimos estabilidad. Malena pregunta cómo me va. Respondo lo que espera, una palabra solitaria, ambigua, perra entre todos los pensamientos que en este momento me asaltan. Bien. Nada más. Podemos palpar la distancia entre uno y otro. Los miles de kilómetros existentes entre mis labios y los suyos. Entre mi cuerpo y el suyo. Finjo buscar un libro en lo alto de la repisa cuando siento su abrazo. Me aprieta por la espalda, fuerte mientras su cabeza se recuesta contra mi cuerpo como si de un almohadón de plumas se tratara. Siento sus senos insinuados, ahora casi inexistentes. Cierro los ojos, trago saliva. No sé que decir. Ante Malena siempre se me acaban las palabras. Las sílabas se niegan a salir por mi boca mientras se apilan en mis ojos, en mis oídos, escapan por los orificios de mi nariz, pero nunca se atreven a salir por la boca. Podría matar por esta mujer si me lo pidiera en este mismo instante. Desde su última visita me he hecho el firme propósito de arrancármela del alma, sin embargo sus espinas, Malena siempre será un objeto precioso lleno de espinas, no me dejan avanzar en mi propósito. Día a día, minuto a minuto, un segundo tras otro regreso con ella. Le muerdo la memoria y corto en tajos cada una de las palabras que en mi presencia ha pronunciado. ¿Me quieres? Por supuesto. El abrazo termina. Volteo a verla y distingo unos ojos acuosos de cuales comienzan a manar las lágrimas. Eres lo único cierto que tengo, lo único realmente verdadero. Así es, no hay maldita forma de remediarlo. Las razones comienzan a escasear, a irse despacio por la coladera. ¿Cómo te aferras a algo que sabes es tu última salvación pero que está completamente cubierta de espinas? No hay forma. Aún cuando te aferres, terminarás con las manos destrozadas, con las muñecas sangrantes, con el dolor declarado como padecimiento incurable. Cáncer en el deseo, hemorragia en la posibilidad, trombosis en el futuro. El futuro. Eso es lo más aterrador, descubrir de repente que lo que impide que Malena y yo estemos juntos es precisamente el futuro, algo que no existe. “No tenemos futuro” quiere decir: tenemos miedo a las posibilidades que se abren con un encuentro en el que nuestra privacidad quede al descubierto. En que nuestra alma sea un contrato compartido de exclusividades y prohibiciones. La amo. Desde siempre. Con ese amor que es lo suficientemente fuerte como para ser evidente y que sin embargo permanece callado. Sé que todo esto suena cursi pero, de un tiempo a esta parte, esa es una cuestión que ya no me importa. Las palabras no significan por cómo suenan sino por cómo aprendemos a escucharlas. Nadie es inmune al poder embriagador de las palabras, pero también nadie las necesita para vivir. Podemos andar por el mundo sin que tengamos que abrir la boca a cada provocación. Malena se quita los zapatos y camina sobre la alfombra como si anduviera sobre la superficie de la alberca de su recién estrenada casa. Se pasea de un lado a otro como una gata que se aburre de estar encerrada todo el tiempo. Imaginándose solamente cómo será el mundo de allá afuera. Comienzo a buscar el sleeping bag en que pernoctaré hoy. La cama es de Malena, siempre le ha pertenecido. No quiero dormir junto a ella. El presagio del abandono inminente no me permitiría pegar un ojo en toda la noche. Malena ha quedado profundamente dormida sobre la alfombra. Como un medieval caballero andante la tomo entre mis brazos y la deposito en su altar de bella durmiente. Se acurruca entre las sábanas. Duerme profundamente. La miro un tiempo que no puede ser medido, después me meto en mi bolsa de dormir y espero que amanezca. A la mañana siguiente Malena despierta y se estira como si buscara que su cuerpo le creciera por los brazos y las piernas, intenta tocar el techo de la habitación sin conseguirlo pero logrando que las vértebras de su espalda truenen lo suficiente como para sosegarla. Después busca sus zapatos, entra al baño y se escucha como orina y después el agua dejada a la deriva por el jalón de la cadena. Regresa al cuarto y busca su bolsa de mano, una bolsa blanca pequeñita a la que llena de mil cosas inútiles pero que la hacen sentirse importante: un teléfono celular, una agenda repleta de teléfonos y tarjetas, un pastillero con la forma de un gato, maquillaje que nunca utiliza, la novedad es una pequeña bolsa de plástico con varios gramos de coca, un reloj con el extensible roto, una foto de sus padres, las llaves del auto estacionado frente a la puerta de mi casa. Toma las llaves y se prepara a partir. Yo finjo que finjo que duermo. Ella sabe que yo sé todo lo que está pasando afuera de mi refugio nocturno. De repente repara en la mesita al lado de la lámpara de pie. Mira y parece quedarse pensando. Me mira tirado en el suelo hecho un ovillo y mira la cubierta de la mesa. Sobre ésta hay una fotografía de periódico en el que se ve a un hombre colgado de una regadera completamente desnudo y encima de ella la pistola brillante que el abuelo me regaló hace tiempo. Observa un momento más la pistola y después la toma entre sus manos de niña y deja un beso sobre la culata. Sale sin hacer ruido aún sabiendo que la estoy escuchando con todos los poros de mi piel y con todos los sentidos de mi cuerpo. Sale. Un momento después escucho el motor de un coche que se aleja. Tomo la pistola de la mesa y la meto entre los pliegues de la bolsa de dormir. Aprisiono ese beso, el último, que Malena me ha regalado en su vida. Después de mucho tiempo, por fin puedo dormir profundamente. Entre sueños puedo escuchar mi respiración, una respiración tranquila, la de un hombre que empieza a apaciguar a sus demonios.

(Capítulo XXXII de Instantes)

viernes, mayo 09, 2008

Otra vez Malena



Lo que nos diferencia de los animales, además de esa apuntada conciencia de la muerte, se resume a final de cuentas en dos cosas: condenados a enamorarnos y condenarnos a sufrir culpa. Los humanos tenemos esas malas costumbres: morirnos, enamorarnos y sufrir. La vocación con la que asumimos todo esto es de una exactitud escalofriante. En la vida siempre nos andamos enamorando: de quimeras, de vecinas, de primos, de padres, de maestros. Amamos para sufrir por el amor. El amor es ese monstruo de dos caras, una radiante, fresca, infinita; y otra oscura, tétrica, desgarradora. Bien lo dijo Sabines: el amor es el aprendizaje de la muerte, y bien lo dijo Mariana Josefa del Rocío, la heroína de la telenovela de las nueve: Amo, luego existo. Estamos destinados a morirnos simbólicamente de mil formas distintas, y la muerte por amor representa 900 de esas formas, las otras cien las representan los accidentes. En esas reflexiones me encontraba un jueves, mi día de descanso en el periódico y el único que me puedo dar el lujo de andar encuerado por todo el cuarto que mis padres han acondicionado de tal forma que parezca que no vivo en la misma casa sino que el lugar que habito es independiente. Estaba escuchando un disco de la Fabulosa Orquesta del Carro Gris cuando tocaron a la puerta, fue algo sumamente extraño: nadie se atrevía a interrumpir mis escasos momentos de descanso dentro de aquella casa, mucho menos en mi día libre. Había adaptado un ojo de pescado a la puerta para observar antes de abrir. Al asomarme al agujero, que era como asomarme a otra dimensión, vi el rostro agradable de Malena haciendo como si nadie la observara aunque ya supiera de mis manías vouyeristas antes de abrir cualquier puerta. Me dirigía al sillón para ponerme algún trapo que cubriera mi cuerpo desnudo pero a medio camino me detuve, no tenía ningún secreto para Malena, ¿qué caso tenía ocultar algo que para ella era evidente desde hacía mucho tiempo? Abrí el pasador sin mover la puerta, un segundo después Malena se sentaba en el sillón que había frente a la ventana que daba a la calle pretendiendo no inmutarse en lo más mínimo. Malena era una mujer que no aceptaba etiquetado ni categorización alguna, había sido (o era) lo más cercano que había tenido en mi vida a una pareja. Íbamos al cine juntos, nos dedicábamos a caminar horas interminables alrededor de un parque que nos sabíamos de memoria durante horas sin decir palabra (me gusta hablar con ella sin hablar), hacíamos el amor de repente y sin ningún plan preconcebido y, más aún, sin ningún conflicto de culpa, nos hacíamos las confidencias más disparatadas pero que necesitaban una vía de escape urgente, escuchábamos la música de un walkman doble vía tirados sobre el césped o en la cama mirando cómo el techo se movía de lugar conforme cerrábamos los ojos alternativamente (cámara 1 = ojo derecho, cámara 2 = ojo izquierdo), coincidíamos en lecturas a las que después intentábamos destruir encontrando las incongruencias o los sinsentidos plasmados sobre el papel, íbamos al centro comercial a visitar a Mateo y a ver los discos nuevos que obtenía a través de sus contactos. Fue por todo esto que sentí que la tierra había sufrido una crisis de equilibro y se comenzaba a mover vertiginosamente cuando me dijo que se casaría en menos de un mes. Malena lo dijo así, como si nada, ¿Con quién? atiné a decir mientras el estómago se agigantaba y se resistía a permanecer unido a mi cuerpo. Un socio extranjero de mi padre. Me lo presentó un día y después el tipo se dedicó a cortejarme: me mandaba ramos de rosas rojas, llevaba serenatas en donde intentaba cantar en un mal español las canciones que los mariachis le habían asegurado que eran infalibles, me llevaba a restaurantes lujosos, me compraba todo lo que le pedía. El tipo es bastante más grande que yo pero creo que al final eso es una ventaja: morirá antes. ¿Y tú y él...? la pregunta era extremadamente estúpida, la había hecho el estómago y no el cerebro. ¿Yo y él, qué? ¿Quieres saber si cogimos? ¿Realmente lo quieres saber? Sólo hacía plática. Mis ojos no saben dónde posarse, el mundo de repente comienza a girar más rápido. Nunca lo hicimos realmente. El oxígeno vuelve a mis pulmones. Si eso te da tranquilidad, de todos los hombres que han estado en mi cama, tú eres el que me ha hecho menos infeliz. No estoy diciendo que hayas sido el mejor, sino que has sido de los pocos que no me hicieron sentir mal, de los pocos con los que no tuve que disculparme para correr hacia el baño a vaciar el estómago, ¿tienes alguna idea de qué es el amor? El otro día Gabriel, se llama Gabriel mi prometido, me dijo que le tenía que prometer que lo amaba sólo a él. En ese momento le prometí lo que quiso, pero después comencé a preguntarme qué significado tenía esa promesa. ¿Recuerdas la frase que teníamos para referirnos a nuestros acuerdos? Claro que la recuerdas: “las únicas promesas importantes son las que se cumplen”. Yo no puedo cumplir la promesa que le hice a Gabriel porque no sé a ciencia cierta qué significa amar a alguien, y sólo a esa persona. No lo sé de cierto. Yo permanezco callado, enmudecido. En realidad no podría dar una respuesta satisfactoria a la preocupación de Malena. Pienso, le doy vueltas a lo que acaba de decirme, intento explicarme el universo a partir de esa sola palabra. ¿Crees que exista amor entre nosotros dos? Extraña manera de plantearlo. No lo sé. Sé que disfruto de tu compañía, que me siento incómodo cuando coqueteas con alguien más si vas conmigo, no me gusta que me platiques de tus ligues en las discotecas, que me cuentes los traumas de aquellos que se sueltan a llorar justo después de que les has permitido disfrutar de tu cuerpo, me gusta oler tu pelo, comprobar que no existe un olor semejante a ese, tocar tus codos, sentir esos pliegues involuntarios en las yemas de mis dedos, me gusta tomar tu mano, no entrelazada sino como animándote a saltar al arroyo de los coches, a la aventura de la calle, mirarte sin decir nada, explorar con mis ojos todos los huecos y todas las pronunciaciones de tu cuerpo, escuchar tu voz antes de dormir desearme buenas noches, abrazarte profundamente después de no verte durante un tiempo, sentir la necesidad de platicar contigo, de sentarnos en una mesa desvencijada a tomar un café que quema las manos de caliente, subir a la montaña con la niebla cubriendo todo el cielo y parte de la tierra, adivinarte por el tacto, por el olor, dibujar las eses de tu cintura, alegrarme de que me vean contigo, me gustan los gestos de fastidio y las mentadas de madre cuando ya no aguantas más la puta vida que se carga con nosotros, sentirte conmigo, que no estés ausente pensando en el hubiera, en el quizás, en el ya ni modo, me gusta sentirte cerca, aunque no te vea, aunque sólo te adivine entre la noche, aunque sólo te sienta entre lo negro, te extraño en las ausencias de tus dedos, tu palabra y tu sonrisa, y aunque me pese confesarlo, me dueles en el extremo de mi lengua, que a veces te ha recorrido, que a veces te ha descubierto, que nunca te ha ignorado, porque sabes a ti, dulce y sencilla, como el olor de la tierra justo después de la lluvia tras la sequía de cien meses, sabes a ti y eso es simple, sabes a como siempre te he imaginado. Me has lastimado sin quererlo, inocente, fingidamente. No sé si eso es quererte. A veces lo pienso y me arrepiento justo al instante. No podemos ser tan iguales como siempre los demás han querido que lo seamos. Hoy llegaste hasta mi guarida, a mi cuarto, tomaste mi rostro entre tus manos y has preguntado si yo te quería. Hoy he mentido y he dicho que no sé. Te abrazaste a mí, volteaste el rostro hacia tu corazón y comenzaste a llorar, como si los hielos del Ártico se hubieran derretido. Te sentí cerca como nunca, como si de repente se fundiera la pared que nunca quisimos que existiera. Y te dormiste veinte siglos abrazada de mi cuerpo lo mismo que si fueran diez minutos. Ese día no hicimos el amor, nos era suficiente sabernos finalmente el uno sin el otro. Al amanecer sentí tu pecho expanderse lentamente, serenamente, como si el viento tormentoso al fin se hubiese apaciguado. Te fuiste después de desayunar. Mi madre hizo un gesto de disgusto al ver el piercing de tu nariz. Si la pobre supiera. Me dijiste cuídate. La despedida fue lo más sencillo de toda la vida. Te quedaste aquí aunque tu cuerpo vuele lejos, fuera de este espacio de mierda que insiste en aprisionarme. Nunca supe, y no quise preguntarte, si habías visto, al entrar al baño, la gabardina ensangrentada que escurría dentro de la tina, manchando la cerámica sin mácula.


(Capítulo XX de Instantes, novelita inédita)

jueves, mayo 08, 2008

Rendirse en la madrugada (fragmento)


Ella estaba loca y yo estaba solo. Combinación altamente explosiva. Nos vimos en una esquina cerca de mi casa. Nos saludamos con ganas. Con esas ganas de amigos que se ven sólo cuando la soledad apremia lo suficiente como para enfrentarse a los demonios de lo que uno es. Porque uno es sus amigos, aunque nos pese en demasía. Y ella era mucho más que eso. Más que mi amiga era mi cómplice. El mudo testigo que nunca ejerció de juez. Por eso la quería tanto. Así que el Chevy minúsculo y en apariencia insignificante tomó hacia el centro de la ciudad. Hacia un bar, ¿dónde más podríamos ir? Enfilamos a La Catedral, nos tomamos unas cervezas rodeados de burócratas completamente perdidos y de exploradores timoratos que daban sorbitos apenados a sus bebidas. Salimos sacudiéndonos el polvo de lo que no queríamos ser. Fuimos al Cancerbero, un bar donde ponen buena música. Ella pidió un whisky en las rocas; yo una cuba libre sin hielos. “Lo que le pongas de hielo, pónselo mejor de alcohol”, le dije medio en serio y medio en broma al cantinero. Él hizo una mueca correspondiente a la sonrisa estándar con la que tenía que agradar a los ebrios que hacían parada en ese pedazo del purgatorio. En los altavoces comenzó a sonar “Deep” de Pearl Jam. Ella me miró con un guiño de complicidad. El recuerdo es el territorio de lo que siempre se recupera. Esa vez llegamos dando tumbos a su casa desierta. Una casa deshabitada por los fantasmas habituales. Sus padres de viaje, su hermana en casa del novio. Miramos televisión, pedimos pizza, nos recetamos dos cartones de cerveza. Terminamos tirados en el piso, sobre la alfombra, abrazados como dos hermanitos que se defienden del demonio sabiéndose juntos. Cogimos con conocimiento de causa. Con los deseos retrasados, acumulados, llenos de rencor. Con la sobriedad que otorga lo que había sido predecible desde tiempo antes. Al otro día ninguno dijo nada. No hubo discursos de afirmación ni de arrepentimiento. Desayunamos una barbacoa de borrego y nos reímos parodiando las letras de las canciones que unos norteños entonaba a un grupo de crudos como nosotros. Fuimos al cine y seguimos siendo amigos. De eso ya hacía tiempo. Ahora nos tomábamos de la mano, nos veíamos a los ojos, sonreíamos sinceramente. Sabíamos que aquello no volvería a pasar otra vez. No si queríamos conservar un recuerdo bueno. Si queríamos mantenerlo nítido, transparente. Nos encontramos a un exnovio de ella. Nos mira con recelo. Pinche naco hijo de su reputísima madre, dice ella refiriéndose al interfecto. Qué bueno volver a verte, le digo a él con la sonrisa más falsa que encuentro en el inventario. El tipo se retira después de intentar infructuosamente llevársela a ella a un lado. Nos vemos (ella y yo) durante dos segundos que parece una eternidad y media. Le hallamos el fondo a los vasos y soltamos la carcajada con toda la intención de que el pendejo nos oiga. Él voltea confundido, derrama un poco de su bebida sobre el escote de una pretendida reina de belleza, trata de disculparse y riega un poco más sobre las ahora azucaradas tetas. Nosotros continuamos riendo escandalosamente. El cantinero nos mira con extrañeza mientras nos sirve los tragos que ya sabe que le vamos a pedir. En los altavoces suena “The Tourist” de Radiohead.

miércoles, mayo 07, 2008

Allá por la cañada



¿Pero dónde acomodar el dolor
si ya no cabe ni en el cuerpo ajeno?
José Vicente Anaya



Años recorriendo la sierra. Recorrer los caminos sin encontrar lo que un hombre busca: paz. Años de mirar el verde intenso de las plantas de plátano y la transparencia del agua que baja hasta la presa. El inicio de mis pasos es borroso. El origen se halla en alguna parte de la memoria. Esa parte que de repente, un día, dejamos de utilizar por pura conveniencia. Porque nos conviene olvidar. Porque nos conviene mantenernos vivos. Y los recuerdos muchas veces suelen matar. Asesinos agazapados entre las plantas de café y los naranjos cubiertos de amarillo. Sigo caminando. Busco un lugar donde reposar. Donde dejar que mi espíritu pueda alcanzar a mi cuerpo. Mi cuerpo agotado. Lleno de moretones y piquetes de mosco. Mi espíritu molido. Cargado de culpas y sinsabores. Allá viene, doblando la vereda. Vencido bajo el peso de las culpas y los paquetes de silencios incómodos. La gente me pregunta, a veces, la razón de que no camine por la orilla de la carretera. O mi necedad de no subirme a alguna de las camionetas de redilas que conducen al pueblo. Les digo que prefiero caminar. Que me gusta oír a los pájaros. Que no tengo dinero. Que necesito ejercicio. Que no me gustan los autos ni las camionetas. Me ven con caras de incredulidad pero no dicen nada más. Yo, normalmente, regreso a mí mismo. Me encierro y sigo caminando. Por siempre. Hasta que el camino se imprima en la suela de mis zapatos.

Los hombres me miran desconfiados. Comen pausado frente a las brasas en que las tortillas se calientan. Y dónde ocurrió eso, preguntan. Allá por la cañada, les respondo. Uno dice entonces que conoció al viejo. Otro dice que él también, pero que no está seguro de que sea el mismo. Yo le doy un trago largo a mi cantimplora. Dejo que el agua se escurra por mi garganta. Los hombres me miran expectantes. La historia los atrapó. Sus manos reposan sobre la cacha de los machetes o sobre el mango del azadón. Me miran. Y bueno, gringo, ¿nos vas a contar qué pasó? No me gusta que me llamen así. Mis padres también nacieron en esta tierra. Yo siento que también es mía. Pero todos en el pueblo me dicen el gringo. Mis padres murieron hace tiempo. Los dos en asépticos hospitales de San Diego. En blancas camas dentro de blancos cuartos en un blanco hospital. Quedé ciego después de velar la agonía de ambos. Sin embargo, lograron lo que se habían propuesto: hacer fortuna y dejarle algo a los hijos. Más bien a su hijo. A mí. Y yo decidí regresar. Como si la tierra que los había expulsado a ellos, estuviera tratando de hacerlos volver a través de mí. También mis culpas ayudaron. Así que llegué acá, al rancho abandonado. Llegué con el dinero necesario para vivir varios años. Los que me quedan de seguro. Hablo raro, dice la gente. Se nota luego luego que no es de por acá. Acá y allá. Dos de las palabras más socorridas en esta tierra. Todo ocurre acá o allá. No existe otra referencia. La gente se ha despojado de los nombres. Allá y acá les basta. Y todos saben de qué se está hablando. Me he acostumbrado a esta forma de borrar el espacio y el tiempo. Aquí no hay mañana. Sólo el antes y el hoy. Un hoy que no dura lo que dura un día. Sino lo que tiene que durar. El hoy es el tiempo de la cosecha o de la siembra. El tiempo de la comida al aire libre mientras la tierra respira y el agua se evapora. Y el antes es aún menos comprensible. Puede ser un año atrás o un siglo. O el tiempo que sólo la memoria de todos puede concebir. Allá donde el rostro del viejo vuelve a aparecer. El agua llega hasta mi estómago. Siento el frío y mi vientre se retuerce. Las voces llegan otra vez. Eh, gringo, ¿nos va a contar o no? El hombre escupe una flema gris y da una chupada a un cigarro sin filtro. Un humo apestoso le cubre por un momento la cara. Tomo otro trago de la cantimplora y vuelvo a sentir como baja el agua por mi interior. Un tordo lanza un chillido que rompe el silencio de la selva.

Pase y sírvase, me dijo el viejo. Me había perdido, otra vez, subiendo veredas y bajando precipicios. Remontando el curso del arroyo que desembocaba, como muchos otros, en la presa de Mazatepec. El ruido de las turbinas de la hidroeléctrica se confundía con el rumor del viento entre los árboles y el sonido del agua en rápido descenso. El hambre me atacó después del mediodía. No había llevado nada para el camino y la temporada no era ni de racimos de plátanos morados o amarillos, ni de naranjas brotando entre las espinas de los árboles. Entonces miré la casa. Una casa mitad de concreto y mitad de madera. Un asoleadero frente a la casa informaba de tiempos en los que la cosecha de café se ponía a reposar ahí, bajo el sol que ayudaba a que el grano tornara dorado y atrapara al demonio del insomnio. Ese que a mí me encantaba conjurar. Llegué y lo vi en una mecedora, mirando hacia la presa pero sin tener la seguridad de que en realidad estaba viendo algo. Sobre sus piernas tenía una cobija a cuadros y sus manos de dedos huesudos y llenos de venas gruesas descansaban sobre sus piernas. En las comisuras de su boca había una costra blanca que, parecía, no se molestaba en limpiar. Me miró y no dijo nada. Algo de comer, puedo pagar, le dije. Por favor, recalqué las palabras de tal forma que considerara mi necesidad. Entonces fue cuando dijo pase y sírvase. Sobre el fogón de ladrillo había una cazuela con frijoles refritos y medio pocillo con café. Todo estaba caliente. Tomé unos trastos que había sobre una mesa de madera y salí al aire libre. Tal vez el viejo necesitara compañía. Le agradecí con una inclinación de cabeza y él sólo regresó su mirada hacia la presa que en medio de su coraza de cemento albergaba, seguramente, una actividad de hormigas. Comí en silencio. El viejo, a final de cuentas, no quería hablar. Terminé y llené mi cantimplora en la pileta que antaño se usaba para lavar el despulpado del café y que ahora sólo era un obstáculo más para el agua en su carrera hacia la presa. Quise preguntarle al viejo el precio de lo que me había comido. Pero antes de que abriera la boca, me detuvo su voz que parecía venir de un lugar ajeno a sus labios. Era como si alguien hablara desde su interior. Necesito un favor, dijo. Lo que quiera, respondí de manera inmediata. Vivo solo, en esta casa, comenzó su relato. Mi mujer murió hace muchos años y el único hijo que tengo se fue también hace ya un rato. Muchos años, un rato; era definitivo que el tiempo no tenía cabida en este lugar. Estoy enfermo, muy enfermo. No me puedo mover de esta silla o de la cama. Me tienen que ayudar para que pueda comer. La mujer de Jacinto viene todos los días a ayudarme. Le doy asco, lo sé aunque ella se esfuerce por ocultarlo. Me tiene que limpiar y ordenar las cosas de la casa. No lo hace por buena voluntad. Mi hijo le manda dinero. De allá donde está. Buen dinero. Y la mujer de Chinto hace lo que tiene que hacer. Pero yo ya no estoy conforme. Sé que me voy a morir. Y no quiero seguir así. Sé que no quiero seguir así. Estoy tan enfermo que ni siquiera puedo, por voluntad propia, realizar mi gusto. Ése es el favor que le pido, señor. Allá dentro, colgada en la pared, hay una escopeta. Está cargada. Siempre está cargada. Necesito que me haga ese favor. No tiene caso que diga nada; si quiere hacerme el favor por la atención que tuve con usted, pues bien. Si no, siga su camino, no me debe nada. Miré al viejo, pero su mirada seguía suspendida. Allá, a lo lejos. Entré a la casa. Era imposible no ver la escopeta. Era lo único que había sobre la pared. La descolgué con cuidado, como si fuera de cristal. Pesaba mucho. Como un mal presagio. La correa era de un cuero avejentado. Prisión de sudores, polvos y mejores tiempos. Lancé un suspiro. Una rata corrió entre las vigas del techo. Sus patas hacían el mismo ruido que hacen las promesas que, esas sí de cristal, se rompen de manera continua en todas las partes del mundo. Miré hacia afuera. El viejo seguí inmóvil. Como una piedra más en el paisaje. Una ráfaga de viento fuerte bajó del cerro como acudiendo a algún misterioso llamado. El cielo se había nublado. La lluvia llegaría pronto. El viento movió la mecedora de bejuco. Como si el viejo no pesara nada. Como si fuera de papel o de ceniza. Pensé en su hijo. Me pregunté si acaso no era yo la sombra de ese hijo lejano. Si no era la materialización de un recuerdo piadoso que acudía al llamado desesperado de su padre. La silla se seguía meciendo y el rechinido uniforme parecía el péndulo de un reloj viejo a punto de morir. Apreté contra mi pecho la escopeta. Sentí la mirada de la rata perforarme la nuca. Mirar mis pensamientos. Salí a la luz.

¿Y eso pasó allá en la cañada? La voz me trae al ahora. Los hombres han terminado de comer y recogen los restos del ínfimo festín, echan tierra sobre las brasas moribundas, afilan lentamente los machetes. Ninguno me mira, pero todos me han escuchado. Doy el enésimo trago de agua. Me levanto y miro el hueco que mi cuerpo ha dibujado en la hierba. Guardaba la esperanza de que no hubiera nada. De que yo mismo fuera de papel o de ceniza. Una sombra. Como el viejo. Oiga, gringo, ¿y qué fue lo que pasó al final? ¿Qué hizo? No respondo. Doy las gracias. Por la compañía. Me levanto y sigo caminando. Hacia allá. Donde me espera lo que sé que nunca encontraré.

martes, mayo 06, 2008

El López


Uno regresa a Jaime López cuando José Alfredo te revienta, cuando José José te duerme y cuando Juan Gabriel resulta demasiado llorón. En estas fechas he regresado a las canciones-poemas del López y no he salido defraudado.
          Pariente de Quevedo y primo hermano de los Beastie Boys y de los Newyoricans, Jaime López tiene, sin lugar a dudas, una de las letrísticas más ricas de todo el panorama lírico-popular del campo cultural mexicano. Amante del fraseo, de la rima consonante, del verso alejandrino; Jaime López parece uno de los últimos poetas del barroco tardío, mariguano y huerquísimo que tiene el idioma español. Cerca del rap, pero también de Sor Juana. En términos en los cuales voces como Café Tacuba, Cecilia Toussaint, José Manuel Aguilera y otros le han puesto melodía a sus creaciones, la música llega a opacar la fuerza de las letras de este nacido en Matamoros, Tamaulipas. Un talento que seguramente le será reconocido de manera póstuma. Después de escuchar el horrendo “homenaje” que diversos músicos le hicieron al “Divo de Juárez”; uno se pregunta: ¿Y Jaime López para cuándo?
          A quien le interese darle una revisión de la letrística-poética de este artista, puede revisar el libro que Cal y Arena le editó en 1997: Lírica. 270 páginas de pura y llana poesía. Acá un ejemplo:

Muriéndome de sed
Por esta sal salvaje naufrago en el desierto,
a solas en la sed terrosa del deseo;
pasión alucinada que sacia mis encierrros,
entono la estrella canción del rascacielos.
¿Qué hago aquí de pie en este acantilado?
¿Qué hago aquí de pie con tantos a mi lado?

Estoy en una edad que ya no sueña y suena
a calles acalladas detrás del fin de fiesta,
más no me basta hartarme pisando un solo charco
ni me verán feliz ahogándome en un vaso.
No duermo en los altares ni hay ancla que me prenda,
tal vez la libertad no es más que una celda.

Estoy muriéndome de sed,
frente a la fuente tengo sed…

Será que no me queda amor en la conciencia
ni pizca de amor tomado como ciencia,
al menos no el amor que tanto me pintaron
mucho antes que nosotros lo hubiésemos pintado.
En todo este naufragio, hoy sólo tengo el cuerpo
y usted es ese cuerpo sobre el que está mi cuerpo.

Nacemos de la gente y somos empujados,
crecemos con la gente y aquí nos encontramos;
vivimos con la gente y estamos condenados,
¿Qué hago aquí de pie silbando indiferente?
¿Qué hago aquí de pie frente a este mar de gente?

Estoy muriéndome de sed,
frente a la fuente tengo sed…


NO JESÚS [Jaime López]

Una rolita para ponerle a los Testigos de Jehová que tocan los domingos a las ocho de la mañana la puerta de tu casa.

lunes, mayo 05, 2008

De héroes y caudillos




Aventurándome a tratar de descifrar los orígenes de la mitología heroica en la historia. Me encuentro un apunte de Miguel Ángel Gallo en el que propone que algunas de las características del héroe decimonónico, que muchas veces derivó en caudillo y/o dictador, tendría que buscarse en los supuestos que la novela de folletín creó en su desarrollo. De tal forma, parece posible que algunas de las acciones de gente como Napoléon o Bolívar estuviesen inspiradas por las acciones heroicas de personajes como Athos o Montecristo. Cabría preguntarse, si es que a alguno de los caudillos actuales le ocurre que de repente se pone a leer, ¿cuáles son sus modelos heroicos?
La figura heroica proviene de varias fuentes que en ocasiones nos aparecen con mucha nitidez, pero en otras se entrecruzan formando combinaciones y síntesis complejas de dilucidar. Una de estas indiscutibles fuentes es la mitología clásica: Hércules, Odiseo, Perseo, Mercurio, Neptuno, Zeus, Prometeo, Thor y muchos más dioses, semidioses y héroes están aquí presentes. Bástenos como ejemplos: Hércules y su fuerza (Superman); Mercurio, su atuendo y función de mensajero de los dioses (Flash, vestido igual en mucho al dios, y teniendo como atributo la velocidad); Zeus, dios del rayo (La antorcha humana); Thor, dios escandinavo, y Thor, héroe de comics, escondido tras la personalidad de un enfermo doctor yanqui.
          Una segunda fuente importante son los personajes de leyendas y fábulas medievales, muchos de ellos a medio camino entre el paganismo y el cristianismo; muchos otros “escondidos” tras la verdad histórica: Sir Lancelot, el Rey Arturo, San Jorge, El Cid, Sigfrido, Robin Hood, Rob Roy, Guillermo Tell, etc.
          Una de las fuentes más abundantes es la novela de folletín ya mencionada en capítulos anteriores. De ahí se extraen características generales que irán formando el “perfil” del héroe: valentía, nobleza, fuerza, belleza, personalidad, etc… Así varios personajes típicos del folletín serían: Dick Turpin, Pimpinela Escarlata,Capitán Blood, Sandokán, Sherlock Holmes, Nick Carter, los Tres Mosqueteros y otras creaciones.
          Antonio Gramsci plantea una hipótesis muy interesante cuando se pregunta sobre los orígenes del Superhombre de Nietzsche: para él no hay que buscarlo solamente en sus raíces filosóficas, sino en algunos personajes de las novelas de folletín, citando a Montecristo y Athos de Alejandro Dumas; Vautrin y Rastignac, de Balzac; a Julián Sorel de Sthendal. Dos aclaraciones importantes: Balzac y Sthendal participaron también en las creaciones folletinescas, aunque su obra rebase en mucho estos marcos. La otra aclaración: es de notarse que los tres autores mencionados son franceses del siglo XIX y en este sentido estuvieron influidos por la personalidad de Napoleón Bonaparte, modelo en gran proporción de las teorías acerca del papel de las grandes personalidades en la historia, aunque físicamente haya estado muy lejos de ser un superhombre. Es obvio que en este sentido es otro el tipo de grandeza al que se alude.
          Tres personajes de Dostoyevski nos hacen pensar en las tesis nietzscheanas del superhombre: Iván Karamazov (en Los hermanos Karamazov), Raskolnikov (en Crimen y castigo), y el príncipe de Humillados y ofendidos.
          Y ya que de literatura hablamos, no podemos olvidar a los célebres “ladrones de guante blanco”: Arsenio Lupin, Fantomas y Raffles. Sin embargo, complementando la cita de Gramsci podemos apuntar que, a su vez, los folletineros son en alguna manera influidos por las filosofías individualistas burguesas que arrancan del siglo XVI, y que llevarán en su desarrollo a las visiones “caudillistas” de la historia, sostenedoras estas últimas de las tesis acerca del papel de las grandes personalidades en la historia.

domingo, mayo 04, 2008

Razón de peso










Reír y llorar pueden ser respuestas al agotamiento y la frustración. Por mi parte yo prefiero reír, simplemente porque hay menos que limpiar después.

Kurt Vonnegut

sábado, mayo 03, 2008

Por cigarros a Hong Kong



Uno de los músicos menos reconocidos en este Mexiquito de las cosas inexplicables es, sin lugar a dudas, Jaime López. Este artista ha logrado explorar con muy buena fortuna infinidad de influencias musicales dentro de la rica gama de la música mexicana. Uno de esos ejemplos es el disco Nordaka, que sacó en la década de los noventas. El título del disco lo explica al afirmar que: "No soy centraka, ni caribeaka. No soy sudaka, yo soy nordaka". En este material se avienta unos "duetos" con el Piporro, joya nacional del habla popular norteña y fronteriza.
          Alguien que habla de identidad en un tiempo en que el tema parece tabú (o posmoderno dicen los mameyes).

Sobre la novela gráfica


Terminé de leer el libro Historia social del cómic de Terenci Moix. Más allá de la utilidad que seguro tendrá para mi trabajo de tesis, me llamó la atención una de las definiciones que hoy son de uso común y que se refiere, sobre todo, a los comics que son de acceso un tanto restringido para el público común y masivo: graphic novel.
          La novela gráfica, al menos en el caso del idioma español, tiene como origen el tratar de evadir a la censura franquista que sufrió España. Las novelas gráficas eran, según dfinición de Moix:

La novela gráfica es ciertamente cómic, sólo que, como su pretencioso nombre indica, desarrolla un tema único (sentimental o de aventuras) siguiendo las coordenadas estructurales de la novela burguesa, buscando incluso una misma forma de penetración psicológica de los personajes. Este sistema altera notablemente la estructura original del cómic, no sólo por el formato influencia y a la vez difusión del libro de bolsillo), sino por la exigencia misma del relato, que al prescindir de la serialización transforma la gradación de efectos dramáticos que caracteriza al comic-strip. En este aspecto, la herencia del comic-book es evidente, si bien las ambiciones de totalidad dramática de la novela gráfica exceden a la aventura corta de aquél, cuyas dimensiones, al fin y al cabo, no habían sido más que una prolongación mínima de una comic-strip narrada sin particiones impuestas por la aparición cotidiana.


De ahí, plantea la posibilidad de clasificarla en tanto de temas en cuatro grandes rubros: Melodrama, Oeste, Aventuras policíacas y Hazañas bélicas. En ese sentido pensé en la proliferación, en México, de títulos, sobre todo durante la década de los ochentas como: El libro semanal, Clásicos de la literatura, El libro policiaco, La novela policiaca, El libro vaquero, y los diversos Sensacionales que atestaban los puestos de periódicos. Todos ellos entrarían, sin gran conflicto, dentro de la definición propuesta por el catalán.
          La forma en que la high culture y la low culture se cruzan parece, incluso, broma de mal gusto. Cabría preguntarse, en ese sentido, las características que definen la lectura de cada uno de estos productos. Es claro que el nivel de comprensión y de interpretación de los textos difiere entre el Sensacional de verduleros y The Watchmen, por poner un ejemplo extremo.
          Para pensarse.