lunes, enero 28, 2008

Verdad


¿De qué debe estar hecho un relato infantil? De todo lo que los niños viven o podrían vivir. No invadir, no ocultar. Esto incluye las pesadillas, y las ilusiones.
          Pero de todo eso, sólo lo que podamos contar con verdad, siendo verdaderos.
          Geneviève Patte, una prestigiosa bibliotecaria francesa, me dijo una vez: cuando un adulto le lee a un niño, lo primero que éste “oye” es si es de verdad; es decir: si ese adulto cree en eso que hace; y luego: si cree en eso que lee.
          En este caso “creer” no significa que uno acepte que un ser de fantasía vuela, sino si uno se conmueve o entusiasma con eso. Si es así, el niño entiende que uno cree en eso que lee, y que hay verdad en ese momento.
          Eso que capta es fundamental para que le asigne un valor u otro a ese rato, a lo que le comparten y también a su contenido.

Luis Pescetti

miércoles, enero 23, 2008

Presentación de libro de Gabriel Vázquez


(Para ver la invitación en grande, dar click sobre ésta)

Este jueves 31 de enero se presenta en la Casa de la Cultura de Tamaulipas (Ernesto Pugibet no. 73, Col. Centro) el libro que escribieron a cuatro manos María Reina y el buen amigo y colega de la banda Fonqui de Jóvenes Creadores de cuento, Gabriel Vázquez. Por allá nos vemos...

lunes, enero 14, 2008

Lecturas de fin de año

El hecho de que el fin del 2007 estuviera movidito para un servidor (mudanza, bodas y bautizos incluidos) no impidió que un tiempo fuera dedicado a la desestresante lectura. Fueron varios los textos a los que dí una (h)ojeada, pero hablaré en específico de dos que me llamaron la atención sobremanera.

· El primero es una novela-divertimento escrita a cuatro manos (expresión que siempre me había sonado rara e, inclusive, inexacta, dado el hecho de que la gente escribe (manuscribe) con una sola mano; pero si tomamos en cuenta el hecho de que el ordenador ha modificado las habilidades de escritura, es decir, que obliga a utilizar los dedos de ambas manos, estamos ante un hecho flagrante de “escritura a cuatro manos”. En fin.); decía que el texto en cuestión fue pensado y perpetrado a dos cerebros, el de mi admirado Luis María Pescetti y el de otro admirado al que las dotes literarias le dotaron de mayor admiración: Jorge Maronna. A uno se le identifica con la literatura infantil que persigue los juegos de lenguaje y la inteligencia; el otro es uno de los integrantes de la troupé más divertida e inteligente que se ha dado en América Latina, Les Luthiers.
          Pues bien, que su divertimento Copyright, no podía más que inscribirse en los terrenos del humor; de la farsa para ser exactos. La historia trata acerca de Lucas Modím de Bastos, un pícaro que no sabe que lo es y que se acerca más al retrato de uno de los hermanos Lelos del show de Los Polivoces que a un ser humano común y corriente. Pues bien, que Lucas conoce en una librería a Michelle, la esposa de Günther, un mafioso que ha extendido sus tentáculos al grado de corromper al presidente de la república (la república de la novela, que puede ser cualquiera) y pretende chantajear al mismo Papa. Günther es muy celoso y Michelle se excita con los escritores. Lucas queda prendado de Michelle y en un intento de conquistarla le dice que es escritor, con lo que quedan en una cita en el futuro. En lo que ese futuro llega, Lucas tendrá que, con la ayuda de su amiga-enamorada Amparo, escribir un libro que le abra las piernas de Michelle. Y es así como Amparo, que trabaja en una editorial, comienza a llevarle copias de libros de obras maestras de la literatura universal, con las cuales Lucas “se inspira” para escribir su novela. Lo anterior da como resultado fragmentos hilarantes como el siguiente:
Gatsby y el capitán Nemo conversaban alegremente. En su juventud, éste había sido marinero en un pesquero en el mar Caspio que había sido atacado por un gigantesco esturión, que embestía furioso a la nave mientras disparaba enormes granos de caviar. En cambio Gatsby, también llamado Harry, había sido un niño huérfano, estudiante de magia, hasta que una mañana despertó convertido en ese horrible mostruo.
          --El queso rallado, por favor-- pidió Geppetto.
          Pinocchio lo miraba con aire desangelado, se sentía un insecto.
          --Iremos desde los Apeninos a los Andes –explicó el anciano--. Ahora hay turs realmente económicos.
          --No insista, Demián –dijo Lolita, mientras retiraba la mano del joven y paladeaba una golosina con aire pícaro--. Para esas cosas prefiero a Samsa o a Martín.
          Martín Fierro estaba a su lado, afilando el facón contra una de las patas de la mesa. Su compadre Pedro Páramo silbaba por lo bajo una conocida tonada del sudoeste de Guadalajara mientras el Sombrerero Loco continuaba vociferando incoherencias tales como: “Platero es pequeño, peludo y suave; y Los Plateros son un grupo musical; no son pequeños ni suaves, pero sí peludos.”
          Robinson miró a Viernes con compasión, pensaba que si lo hubiera encontrado sólo dos días después se habría podido llamar “Domingo”, un nombre mucho más normal.
          Raskolnikov se paseaba nervioso entre las mesas. Naná servía cerveza bien helada a doña Flor, casada ahora con un famoso futbolista argentino.
          La voz del doctor Watson sonó enérgica:
          --Elemental, Sherlock: la víctima, como las cucarachas, siempre regresa al lugar del crimen.
          Sacó un revólver de entre sus ropas y disparó a quemarropa al célebre detective. Segundos después, Holmes yacía en el piso envuelto en un charco de sangre; no había nada mejor para envolverlo.

Si bien el texto llega a hacerse un tanto tedioso y repetitivo, no tarda en recuperar la posibilidad de sorprender con nuevas ideas acerca de “eso” en lo que se ha convertido la literatura. Y si no, la decisión del jurado del concurso internacional de novela a donde el manuscrito de Lucas llega de manera accidental: ganador por unanimidad. En ese dictamen el sorprendido, que no es el lector, es además un escritor que está seguro de ganar porque es amigo de los jurados y consentido de la editorial. La sorpresa es también del crítico más feroz que concede que el pegote posmoderno es un “estadio inaugural en la historia de la literatura”, tal vez queriendo decir que es, de cierta manera, la historia de la literatura.

· El otro texto que dejó una sensación de agrado inquietante (la novela no es tan buena, pero los elementos que incluye sí que lo son) fue la obra del “ganador más joven” del Premio Alfaguara de Novela 2006, Santiago Rocangliolo, que se titula Abril rojo. A pesar de que el título es una combinación frecuentemente usada para contrastar un elemento temporal con una cuestión cromática que alude a la sangre (recuérdese el Febrero escarlata de Ernesto McCausland o la propia Tinta roja de Alberto Fuguet), el contenido se llena de preocupaciones latinoamericanas, sobre todo en lo que tiene que ver con el encumbramiento, muchas veces irracional, de las guerrillas latinoamericanas, y la resistencia de llamarlas lo que en ocasiones son: grupos terroristas (y no necesariamente “auténticos ejércitos revolucionarios y bolivarianos” [Hugo Chávez, dixit]).
          El libro narra la historia del fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar y su fársica inocencia burocrática. Entre la redacción de partes declaratorias e investigaciones sesgadas, Chacaltana trata de desentrañar (sin el apoyo de la policía ni del ejército peruano), una serie de asesinatos que comienzan a ocurrir en plena ciudad de Ayacucho (lugar simbólico en el que se llevó a cabo la última batalla de Bolívar contra los soldados realistas españoles en las luchas independentistas; un páramo en el que sólo un monumento pétreo parece dar cuenta de lo que ese suelo vivió). Los asesinatos incluyen a los militares represores, a los curas alcahuetes, a los policías corruptos, a los carceleros castigados y, sobre todo, a los terroristas de Sendero Luminoso.
          El acercamiento que Rocangliolo hace del fenómeno senderista (aún desde la ficción) no deja de resultar interesante por la cantidad de reflexiones inquietantes que despierta acerca de la violencia y el uso que hacemos de ésta. La muerte, la religión, la culpa, la ceguera autoimpuesta y un tufo a venganza ancestral (venganza remitida hasta la sombra de Tupac Amaru) hacen que esta novela del peruano recobre la capacidad inmensa de presentar a América Latina como un escenario de ficción que va más allá de lo urbano nihilista o lo rural mágico-maravilloso. En el relato de Rocangliolo se entreteje la historia, la tradición, eso que llaman mestizaje, las heridas recientes y las heridas viejas, y una muy muy agradable peste a cercanía y realidad. Una muestra:

A las cuatro de la tarde, hora de cierre de las mesas de votación, las encuestas daban ganador al candidato opositor. Algunas de ellas le concedían más de la mitad de los votos. En la ONPE y entre los militares se extendió una extraña inquietud. Hasta las cinco de la tarde, Cahuide no dejó de recibir llamadas por teléfono y preparar los paquetes que llevaría al camión militar. Los oficiales corrían de un lado a otro indiferentes al fiscal, que se había convertido en uno más de los objetos que había que cargar, uno que no hacía ruido.
          Cuatro horas más tarde, el camión se acercaba a Ayacucho con la radio encendida. Entre la música de salsa y el vallenato que los soldados habían sintonizado para el viaje, se filtró el anuncio de los primeros resultados oficiales. Todas las encuestas se habían equivocado. El verdadero ganador era el presidente. Estaba por decidirse si habría una segunda vuelta. Los soldados que conducían el camión sintonizaron música. Les aburría la política.
          Por la noche, cuando aún faltaban dos horas para llegar, Chacaltana recordó las palabras de Aramayo cuando decía que los de Lima no querían ver lo que ocurría en su pueblo. Pero también se preguntó por qué (últimamente se preguntaba muchos porqués) el teniente se había negado a informar a los policías y al comando. Pensó que quizá le daba vergüenza. No es fácil admitir que uno está muerto.


Y todo esto en marzo de 2000.

miércoles, enero 09, 2008

Comenzar


Y otra vez, ahí vamos. Comienza un nuevo año y uno pone todas las expectativas en que, ahora sí, éste es el año. Comencé estrenando casa. No porque la haya comprado, sino porque me mudé a un espacio un poquito más agradable que el que tenía hasta el año pasado.
          Estrené cuñada, y eso porque el Pepe Güicho decidió casarse en los últimos días del año pasado. Ella se llama Erika y parece una buena persona. Se ve que quiere mucho a mi hermano. Y es que hay personas a las que se tiene que querer más que a otras. Porque lo necesitan. O porque se lo merecen. O porque lo están pidiendo a gritos. Mi hermano es un poco de las tres. Y tal que se casó en una ceremonia muuy emotiva que me dio una nueva perspectiva de las ceremonias nupciales. Con música coral y toda la cosa.
          Estrené gata desestresada. La Manchas descubrió las ventajas de tener balcón. Después, la ventaja que ese balcón comunique a otras azoteas. Y que esas azoteas estén pobladas de felinos la mar de variados. Hay uno que es casi el doble de Suadero, mi otro gato, si no fuera porque el suadero es más atlético y su blaco-y-negro pelaje está rematado con unos guantecitos la mar de simpáticos. Pues bien, que la Manchas descubrió que los gatos vecinos podían hacer mucho por su histeria de gata sexualmente insatisfecha y se lanzó a la tarea de conquistar la población de las azoteas vecinas de manera decidida y con un valor que le es completamente inherente. Se va por el día y regresa en la noche. O se va por la noche y regresa en la mañana. Aunque ayer ya fueron dos días seguidos que no la veo. Ojalá regrese. Lo hará menos desestresada.
          Estrené nuevo proyecto académico. La Universidad Iberoamericana me ofreció una beca para terminar un pendientillo que me viene jodiendo la vida desde hace cinco años. Y estoy pensando seriamente en aceptar tan generosa oferta.
          Estrené sueño. Es decir, puedo dormir lo suficientemente tranquilo como para despertarme descansado. En un insomne ocasional eso es mucho más de lo que puedo pedir.
          Estrené plaza laboral. El instituto en el que laboro extendió los contratos en régimen de objeto permanente de trabajo, por lo que se supone que la incertidumbre laboral se reduce un tanto cuanto.
          Estrené libro terminado (Raza de víctimas) que ojalá encuentre destino en la publicación. Y estrené nuevo libro en el tintero (o en el teclado, valga la alegoría); ése apenas se está gestando y no ha pasado de la etapa espermatozoidal.
          Estrenaré lap top. La Pancracia ha pasado a mejor vida y ahora estoy a la caza de una máquina que pueda acompañar mi manía escritural, lectora y medio maniática.
          En fin. Que parece el inicio de nuevas cosas en un año con una terminación que siempre me ha traído buenas cosas. Espero estrenar también lectores, amigos, cómplices, sobrinos, ahijados, esperanzas, luces, inteligencias, cariños...

Pd. Los mejores deseos y agradecimiento para mis dos lectores. Paz.

jueves, enero 03, 2008

Los consejos de Maupassant



El novelista que transforma la verdad constante, brutal y desagradable, para lograr una aventura excepcional y seductora, debe, sin preocuparse demasiado por la verosimilitud, manejar a su antojo los acontecimientos, prepararlos y arreglarlos para complacer al lector, emocionarle o enternecerle. El plan de su novela no es más que una serie de combinaciones ingeniosas que conducen con habilidad al desenlace. Los incidentes se disponen y dirigen hacia el punto culminante, y el resultado final, que es un acontecimiento capital y decisivo, debe satisfacer todas las curiosidades excitadas al principio, poniendo un limite al interés y acabando de una manera tan completa la historia relatada, que ya no se desee saber qué les ocurrirá en el futuro a los personajes más sobresalientes.

En cambio, el novelista que pretende darnos una imagen exacta de la vida debe evitar cuidadosamente cualquier encadenamiento de hechos que pudiera parecer excepcional. Su finalidad no estriba en contarnos una historia, divertirnos o entristecernos, sino en forzarnos a pensar, a comprender el sentido profundo y oculto de los sucesos. A fuerza de observar y meditar, mira el universo, las cosas, los hechos y los hombres de cierto modo que le es peculiar y que se deriva del conjunto de sus observaciones meditadas. Esta es la visión personal del mundo que intenta comunicarnos reproduciéndola en un libro. Para conmovernos, como le ha conmovido a él mismo el espectáculo de la vida, debe reproducirla ante nuestros ojos con escrupulosa semejanza. Por lo tanto, deberá componer su obra de una matera tan hábil, tan disimulada y en apariencia tan sencilla, que sea imposible adivinar e indicar el plan, descubrir sus intenciones.

En lugar de tramar una aventura y desarrollarla de modo que resulte interesante hasta el desenlace, tomará al personaje en determinado período de sus existencia y lo conducirá, mediante transiciones naturales, hasta el siguiente período. Así dará a conocer cómo se modifican los caracteres bajo la influencia de las circunstancias inmediatas, cómo se desarrollan los sentimientos y las pasiones, cómo se ama, cómo se odia, cómo se combate en todos los medios sociales, cómo luchan los intereses de familia y los intereses políticos.

Por lo tanto, la habilidad de su plan no consistirá en la emoción o el hechizo, en un comienzo atractivo o en una catástrofe emocionante, sino en la hábil agrupación de pequeños hechos constantes, de donde se desprenderá el sentido definitivo de la obra. Si hace caber en trescientas páginas diez años de una vida para demostrarnos cuál ha sido, en medio de todos los seres que la han rodeado, su significación particular y muy característica, deberá saber eliminar, entre los innumerables y menudos hechos cotidianos, todos los que le resulten inútiles, y destacar de una manera especial todos aquellos que pasarían inadvertidos para observadores poco perspicaces y que proporcionan al libro su interés y su valor de conjunto

Se comprende que semejante manera de componer, tan diferente del antiguo procedimiento visible a todos los ojos, desconcierte con frecuencia a los críticos, y que éstos no descubran todos los hilos, tan tenues, tan secretos, casi invisibles, empleados por ciertos artistas modernos en lugar de la trama única cuyo nombre era intriga.

En resumidas cuentas, si el novelista de ayer escogía y relataba las crisis de la vida, los estados agudos del alma y del corazón, el actual novelista escribe la historia del corazón, del alma y de la inteligencia en estado normal. Para producir el estado que persigue, es decir, la emoción de la simple realidad, y para hacer resaltar la enseñanza artística que pretende descubrir, o sea la revelación de lo que es verdaderamente a sus ojos el hombre contemporáneo, deberá emplear tan sólo hechos de una verdad irrecusable y constante.

Pero, al situarnos en el mismo punto de vista de esos artistas, debemos discutir e impugnar su teoría, que parece poder resumirse con estas palabras: «Nada más que la verdad y toda la verdad.»

Siendo su propósito hacer resaltar la filosofía de ciertos hechos constantes y corrientes, deberán modificar con frecuencia los acontecimientos en provecho de la verosimilitud y en menoscabo de la verdad, ya que

Lo verdadero puede, a veces, no ser verosímil.


*Guy de Maupassant (escritor francés, 1850-1893) estudió Leyes en Ruán y París, pero la guerra franco-prusiana lo condujo a abandonar sus estudios y comenzar una carrera como funcionario público. Los consejos de Gustave Flaubert lo convencieron de dedicarse a la literatura. Su estilo es bello y preciso, y refleja preocupación por el detalle, a la vez que una visión pesimista y angustiosa de la vida.